Tolerancia es admitir
otras maneras de pensar, de actuar o de creer;
es respeto por lo distinto,
por lo que no entendemos,
por lo que nos molesta.
Tolerancia es libertad.
Educar en valores es fundamental ante la crisis que estamos presenciando y el cambio en la sociedad, producto de la globalización. La escuela es uno de los medios idóneos para este fin, pero los valores se aprenden analizándolos y viviéndolos, por ello es necesario cambiar el modelo educativo actual. Uno de los valores que más debemos reforzar es la tolerancia, tanto dentro como fuera del ámbito escolar - el bullying es un problema que aumenta día con día - para alcanzar una sociedad más justa, equitativa, democrática, pacífica y tolerante.
risis de valores. Actualmente se menciona con mucha frecuencia que la sociedad está sufriendo una grave crisis de valores, consecuencia de los cambios que se han operado en el mundo. Nuestro siglo XXI, vive momentos de grandes transformaciones, sobre todo a nivel de tecnología, información y comunicaciones. La globalización ha distorsionado de manera sensible la forma de plantear las relaciones humanas, ha trastocado el mundo como se concibió hasta finales del siglo pasado. En este sentido es necesario redimensionar los valores fundamentales dentro del seno familiar, escolar y social para poder acceder a una sociedad más justa, equitativa, tolerante y pacífica. La familia y la escuela son los medios idóneos para promover y fomentar estos valores; pero ¿realmente vivimos una crisis de valores?, ¿cuál es su alcance?, ¿cómo educar en valores de manera efectiva?, ¿qué valores promover? y entre ellos ¿qué lugar ocupa la tolerancia?, ¿hasta dónde llega la intolerancia en la actualidad? Estas son algunas de las preguntas que intentaremos responder a lo largo del presente ensayo.
Las sociedades, desde las más remotas, siempre se han regido por valores, la diferencia estriba en la escala que cada pueblo o época han establecido como importantes. Baste un ejemplo: si atisbamos en la Edad Media podemos percatarnos, desde nuestra visión contemporánea, que los valores de ese momento estaban ligados al catolicismo (bondad, piedad, prudencia y fe ciega en la religión), aunque era un mundo muy violento, injusto e intolerante.
Koichiro Matsuuro (2004, p.1) afirma que posiblemente “en la historia de la humanidad no haya habido nunca tantos valores como hoy en día, porque uno de los efectos más notables de la mundialización ha sido el de revelar la extraordinaria pluralidad de valores y culturas existentes en nuestro mundo”; y continúa diciendo que si hoy en día se habla tanto de crisis de valores, es porque existe una gran desorientación “en un mundo de valores a veces contradictorios” (2004, p. 1).
¿Valores contradictorios? Es difícil de entender, sin embargo podemos citar dos sencillos ejemplos. Casi todos aceptamos que el narcotráfico es nocivo, ilegal y perjudicial; a los jóvenes los exhortamos a alejarse del mundo de las drogas, no obstante existen los narcocorridos que exaltan actividades ilícitas y presentan a los narcotraficantes como personas ricas, poderosas, audaces e intrépidas. ¿Qué bando escogerá el futuro ciudadano?
Otro caso es el de la corrupción. Todos estamos en contra de la corrupción, todos coincidimos en que es nociva y que no debemos caer en ella. Pero ¿qué sucede en el juicio del adolescente cuando su padre, que se ha indignado cientos de veces contra los políticos corruptos, se pasa un semáforo en alto, es detenido por un agente de la policía y “sale del problema” con una módica mordida? Situaciones de esta índole son cotidianas y es por ello que considero debemos de reforzar la educación en valores.
La escuela como vehículo para fomentar los valores
Y es aquí donde entra en juego el rol de la familia y la escuela como los principales orientadores en un mundo donde lo efímero, la diversidad, la información al instante, la tecnología, el consumismo y el nihilismo acechan constantemente a jóvenes y adultos, siendo los primeros los más vulnerables a la confusión.
La escuela debe de buscar el camino para encontrar la esencia primordial de su misión, a saber, ser un vehículo de formación integral, tanto académica como actitudinal para formar a los futuros ciudadanos acorde con lo que la sociedad espera y requiere de ellos. Debe de fomentar una cultura ciudadana pluralista, tolerante, democrática, honesta, participativa y solidaria.
Por consiguiente es preciso alcanzar, en las próximas décadas, una sociedad altamente educada, porque como manifiesta Sylvia Schmelkes (2002, p. 2) “una sociedad altamente educada tiene que ser una sociedad equitativa”.
¿Utópico? Posiblemente, sin embargo debemos de trabajar día a día en ello para, poco a poco, encontrar un rumbo mejor. ¿Qué debemos empezar a reforzar dentro de este ambiente para guiar a nuestros alumnos?
Considero como Sylvia Schmelkes (2002, pp. 3, 4, 5) que debemos formar ciudadanos participativos, que crean y fomenten la democracia, los derechos humanos, que sean críticos, respetuosos y tolerantes. También promover de manera efectiva el respeto del medio ambiente. Además, educar en el consumo inteligente y crítico de los bienes y servicios de la información. Fomentar la creatividad en la solución de problemas y los cambios. Enfatizar en la identidad cultural y el nacionalismo equilibrado. Promover la paz, la justicia y la tolerancia, ya que estos valores se fusionan entre sí, es decir si impera la justicia habrá paz y tolerancia; si se es tolerante se es justo y pacífico, y la paz implica justicia y aceptación. Por consiguiente, se obtendrán individuos capaces de juicios morales.
De ahí que la educación debe de evolucionar. Dentro del ámbito escolar la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) (2001, cit. En Schmelkes, 2002, p. 5, 6) menciona seis escenarios de escuelas: desde la escuela tradicional, pasando por escuelas que refuerzan el aprendizaje significativo y la formación integral, hasta la desescolarización ¿Cuál será el mejor y más factible? Es difícil saberlo porque estamos empezando el proceso de cambio de la escuela tradicional decimonónica a la escuela del futuro que aún no está totalmente definida y estructurada. Sin embargo ya se han establecido algunas bases y la primordial es “aprender a aprender”. Esta competencia
“significa que los estudiantes se comprometan a construir su conocimiento a partir de sus aprendizajes y experiencias vitales anteriores, con el fin reutilizar y aplicar el conocimiento y las habilidades en una variedad de contextos: en casa, en el trabajo, en la educación y la instrucción.” (Martín, s.f., p.1).
En lo referente a los valores, estos se pueden aprender por contenidos, por normas o por imitación, pero la manera más efectiva de asimilarlos y desarrollarlos es por formas de hacer; los jóvenes, en el esquema de aprendizaje antes mencionado, desarrollan un sentido moral a partir de su propia experiencia.
Así la Secretaría de Educación Pública (SEP) desde el año 2008, tiene incorporada de manera curricular, la asignatura Formación Cívica y Ética. En la Introducción del Programa Integral de Formación Cívica y Ética (2008, p. 7) se mencionan como los valores a impulsar “respeto a la dignidad humana, justicia, libertad, igualdad, solidaridad, responsabilidad, tolerancia, honestidad, aprecio y respeto de la diversidad cultural y natural”. Estos son, en suma, los valores fundamentales que, a lo largo de la historia de la humanidad, han impulsado y potenciado a las sociedades hacia la civilización y el progreso.
Ahora bien, me parece excelente que la SEP y todo el sistema escolarizado se preocupe y ocupe en este renglón, y una asignatura de esta índole no está de más, no obstante considero que no es suficiente ni lo más idóneo.
La educación en valores no se debe de basar y centrar en impartir una asignatura un par de horas semanales, no debe de formar parte de una más de las materias que los chicos cursan a lo largo del día o la semana. Los valores no se aleccionan, no se memorizan, no se calculan, no se explican. Los valores se enseñan y se estudian practicándolos, ejerciéndolos, disfrutándolos o padeciéndolos. Se aprenden con el ejemplo, no simplemente con una materia.
Por este motivo en la educación en valores el ejemplo del maestro es básico y fundamental. Tiene que comportarse y manejarse con los alumnos éticamente; él es el primer y principal referente de los jóvenes durante gran parte del día. Por ejemplo, no puede hablar de democracia y después imponer a los alumnos sus decisiones, sin escucharlos, porque tiene el poder. No debe hablar de justicia y al final del año castigar con una mala nota “al latoso”. No puede tener cierta preferencia por los chicos o las chicas. Debe de ser honesto, justo, democrático, tolerante, respetuoso.
Ahora bien ¿Qué es más efectivo, real y práctico? Una hora ante el maestro hablando de tolerancia o una visita al Museo de la Memoria y Tolerancia o a la exhibición de los aparatos de tortura de la Inquisición donde los alumnos pueden ver, captar, padecer, en pocas palabras vivir las consecuencias de la intolerancia.
En resumen, los valores se aprenden viviéndolos, analizándolos y reflexionando. Pienso que el Programa de Educación Cívica y Ética cae nuevamente en la memorización y la pasividad del alumno y no involucra, de manera efectiva, el análisis y la interacción del estudiante. Los valores se deben de enseñar en cada una de las materias de la currícula, en cada momento dentro y fuera del aula, por lo que es necesario una congruencia entre la escala de valores de la familia y la escuela.
La tolerancia: un bien que no podemos perder.
La intolerancia es uno de los males que más ha afectado a la humanidad a lo largo de los siglos, cabe recordar rápidamente las Cruzadas, la Inquisición o el Holocausto. Perseguir, acosar, hostigar, matar al débil, al distinto, al ajeno, al inferior ha sido una práctica en todas y cada una de las civilizaciones del mundo oriental y occidental.
Ahora bien la falta de tolerancia sigue siendo un problema grave y la globalización la ha intensificado. ¿Por qué? Una de las consecuencias de ésta es la multiculturalidad; es decir que sociedades y culturas distintas interaccionan cada vez más, ocasionando una fusión multicultural que a veces no se bien recibida, como por ejemplo, el uso de la burka. Baste decir que en Europa actualmente está a discusión su práctica, pues se la considera un símbolo de opresión de la mujer. Sin embargo es una apreciación totalmente parcial e intolerante, no toma en cuenta los usos y tradiciones del mundo islámico y trata de imponer una concepción occidental y una forma de proceder particular.
Por otro lado, si preguntamos “¿Eres intolerante?” Muchos responderán: “No”, aunque la realidad es que ante una situación que implique practicar la tolerancia, la mayoría se cierra en su mundo, no acepta las ideas o acciones del otro y se hunde en la intransigencia. Como dice Facione (2007, p. 3) “Usted ha oprimido un determinado botón y la persona no quiere escuchar lo que alguien más tenga para decir.” En pocas palabras, los prejuicios son los que llevan a la intolerancia.
En lo que concierne al racismo, en un estudio realizado por el Instituto de Tecnologías Educativas de España (s.f.) se reflejó que las diferencias de poder y estatus son una de las causas que llevan a la falta de tolerancia, y que “al igualar el poder que existe entre dos grupos los prejuicios entre ambos suelen disminuir”.
Cabe señalar aquí que la intolerancia se refleja y se padece, hoy en día, de manera importante en los salones de clase mediante el acoso escolar, mejor conocido como bullying, que en los últimos años ha ido en aumento.
El bullying es “la conducta agresiva que se manifiesta entre escolares […] es una forma de conducta agresiva, intencionada y perjudicial cuyos protagonistas son jóvenes escolares.” (Cerezo, 2001, p. 37)
En lo que concierne a las estadísticas, éstas son alarmantes. En Estados Unidos, por ejemplo, un tercio de los jóvenes manifestó haber padecido bullying; en su mayoría este acoso se realizó dentro del colegio y sólo una tercera parte de las víctimas lo reportó. El rango escolar donde se produjo mayor incidencia fue en Secundaria (44%) (Bullying Statistics, 2009). ¿Será la necesidad de emancipación y reafirmación de la personalidad del preadolescente lo que le impide practicar la tolerancia?
Otra estadística que llama la atención es que el “54 por ciento de los estudiantes declararon que no les gustaría tener como compañeros en la escuela a enfermos de SIDA; otro 52.8% les desagradaría compartir clases con personas no heterosexuales” (Mitofsky, 2008). Aquí se pone de manifiesto que la homofobia sigue siendo una fuente importante de intolerancia, hecho que a menudo se refleja en las aulas.
Fuensanta Cerezo en su estudio Variables de personalidad asociadas en la dinámica bullying (agresores versus víctimas) en niños y niñas de 10 a 15 años (2001, pp. 39, 40) nos proporciona estadísticas muy concretas sobre el tipo de personalidad de las víctimas y los victimarios. Concluye que los agresores son mayormente varones (de tres a uno), de condición física fuerte, abusando siempre de los débiles y cobardes (2001, p. 41). Esto no es una novedad, siempre ha existido la ley del más fuerte. Pero ¿qué hacer? No podemos quedarnos de brazos cruzados y tan sólo observar y obtener estadísticas.
Por este motivo el Instituto de Tecnologías Educativas de España (s.f.) propone varias medidas, a saber: favorecer cambios cognitivos, afectivos y conductuales; incorporar contenidos curriculares que ayuden a comprender las diferencias y semejanzas, desarrollar habilidades para identificar y rechazar los estereotipos racistas; ayudar a los adolescentes a superar la incertidumbre característica de la adolescencia y fomentar el trabajo cooperativo con equipos heterogéneos.
No obstante todo ello no se puede alcanzar si no desarrollamos en los alumnos el pensamiento crítico. Considero que éste es la base para alcanzar la tolerancia. El pensamiento crítico es la capacidad de interpretar, analizar, evaluar, inferir, explicar y auto regular un problema, una situación, una idea (Facione, 2007, p. 4). Si proveemos a los alumnos de estas capacidades cognitivas, serán capaces de entender y racionalizar la diferencia del otro y así aceptar, sin ningún tipo de prejuicio, al compañero de otro color de piel, de distinta creencia o tendencia sexual.
Por consiguiente ¿no es mejor desarrollar estas habilidades mentales en lugar de enseñar valores de manera tradicional? Si durante la persecución judía del III Reich la población alemana hubiera analizado y reflexionado la propaganda nazi, posiblemente no habría ocurrido el Holocausto, arraigado en un racismo a ultranza. Los alemanes no hubieran considerado al judío como un ser inferior, sino como alguien con distintas creencias, pero con el derecho a profesarlas. Y desgraciadamente no fue el último de los genocidios, no podemos permitirnos olvidar Bosnia, Guatemala o Sudán.
Pero también se podrán evitar muertes gratuitas y sin sentido, ya que es alarmante y perturbador el índice de suicidios provocados por el acoso escolar. En 2010 hubo tan solo en el Distrito Federal, 190 suicidios por bullying (El Universal, 2011). Posiblemente ello se deba a que los jóvenes acosados se sienten inseguros, baja su autoestima y llegan a caer en la depresión si el problema no es detectado a tiempo.
Ahora bien, enseñar, de acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española (2011), significa: Instruir, amaestrar con reglas o preceptos; en cambio educar equivale a dirigir, encaminar (RAE, 2001). Por consiguiente los docentes debemos de educar y no tan solo enseñar.
Y aquí regresamos a lo expresado al inicio, no existe realmente una crisis de valores, estamos asistiendo a un cambio de estos en el mundo y es preciso encontrar el rumbo en este nuevo camino, ya que es innegable e inevitable que la globalización significa incertidumbre y derrumbe de paradigmas. Aquello que ayer era verdadero e inamovible, mañana ya no será. Baste como ejemplo el cambio del rol de la mujer en la sociedad en los últimos 20 años.
Por tanto es indudable que actualmente vivimos una globalización del concepto de ética, de la democracia, de la sociedad civil, del conocimiento y la cultura. Por consiguiente la tolerancia es un valor imprescindible para sobrevivir en este tipo de sociedad.
Sin embargo, también crece la pobreza, la marginalidad, el desempleo, el consumismo, la criminalidad. Es por ello que la educación debe de enseñar a favorecer las primeras e inhibir las segundas y desarrollar, en los futuros ciudadanos, la capacidad de un juicio moral global. Es decir educar en valores. Educar con ejemplos, con guía y con tolerancia.
No olvidemos que la educación está dirigida a seres humanos y ello implica libertad, individualidad, corporeidad, sentimientos, frustraciones, conocimiento, vocación y pensamiento. Educarlo es una tarea compleja; lograr de manera efectiva su inserción en una sociedad, no ha sido nunca empresa fácil, conseguirlo en un mundo tan cambiante como el que hemos mencionado, es aún más arduo y complejo.
En resumen podemos decir que la labor del docente debe estar siempre encaminada a lograr la autorrealización del alumno, los valores no pueden ser predicados o catequizados, deben de ser ejemplo, vivencia y proceder.
No olvidemos, finalmente, que la tolerancia es el origen de la mayoría de los valores; el respeto, la justicia, la democracia, la paz, la bondad, la libertad germinan en ella. Hay que educar en la tolerancia, alejar el fanatismo de escuelas y hogares, para lograr poner en práctica la famosa frase de Voltaire: “Estaré hasta la muerte en contra de lo que digas, pero defenderé hasta la muerte el derecho que tienes de decirlo”.
.Referencias
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